Narrativas Digitales


Ganador narrativas 2014

INJUSTICIA, VIOLENCIA Y VENENO

Por Ciro Andrés Pérez

Habían pasado casi dos horas y Pablo seguía sin pronunciar palabra, como cosa rara. Dicen que desde de la muerte de Alex no volvió a ser el mismo. Se encontraba sentado en una silla junto a la mesa donde solía comer con su familia, sin camiseta y con un pantalón muy sucio. El humo del cigarrillo que le había regalado por su buen comportamiento cubría su semblante pensativo.
Yo lo veía con curiosidad desde un sofá muy viejo y un tanto incomodo. Por momentos, deseaba preguntarle acerca de Alex, pero me retenía al pensar que a lo mejor podría molestarse. Sin embargo la idea retumbaba mi cabeza. “Al diablo, le preguntaré”. Me levanté, tomé una silla y me acomodé en frente suyo.
- Me gustaría saber, solo si fuera posible, claro, algo sobre la vida de Alex y el día en que lo mataron.
Se retiró el cigarrillo de la boca y me lanzó una mirada muy seria.
- ¿Por qué le interesa?
- La verdad es que me intriga un poco ver cómo un muchacho como Alex, que parecía ser una persona con tantos sueños, cayó en una pandilla. Es que, ni siquiera tenía ese hablado de “Ñero” que suelen tener los demás. Ahora que lo pienso, usted tampoco lo tiene.
- Si se lo cuento, ¿me regala otro cigarrillo? – Me preguntó mientras suavizaba las facciones de su rostro.
- Seguro. Eso sí, le pido que por favor resuma un poco lo que me vaya a contar porque no tengo mucho tiempo – Le respondí.
Asintió, se acomodó y empezó a narrarme su historia.
“Cierto día Alex llegó a mi casa asustado y muy confundido. Me dijo que dos pandilleros lo habían reclutado. Se trataba del “Cuchillo” y de “Rasguño”, dos de los personajes más temidos del barrio y cuyos apodos no eran ajenos para nadie. Eran de lo peor que podía existir. Robaban, consumían y vendían drogas. A todo aquel que se les atravesara le molestaban la vida, pues para ellos no había ni Dios ni ley.
- Claro que dijiste que no ¿Verdad? – Cuestioné a Alex un tanto sobresaltado después de contarme su experiencia.
- Amigo, nunca diría que sí y lo sabes. El problema es que me han amenazado. Dicen que si no accedo me irá muy mal y que se meterán con mi familia.
Estuvimos reflexionando por un momento y llegamos a la conclusión de que denunciaríamos a la policía si algo malo llegaba a ocurrir, y efectivamente ocurrió.
Una tarde, la hermana de Alex, Natalia, llegó llorando a casa.
Yo estaba en el baño cuando escuché a la chica quejarse.
- ¡El cuchillo, El cuchillo! – Chillaba la joven
- ¿Qué le hizo ese desgraciado? – Preguntó preocupada doña lucía, la mamá de Alex y Natalia.
- Intentó manosearme y como no me dejé, me trató con las palabras más horribles que pueden existir en este mundo.
Al escucharla, Alex enfureció a tal punto que deseó ir a buscar al maleante para cobrárselas, a lo que yo salí del baño y lo tomé por los brazos.
- ¡Espera, hombre, espera! – Le gritaba al jovenzuelo mientras forcejeaba con él – Vamos a denunciarlo, vamos.
Y así lo hicimos, pero de poco sirvió.
Al llegar a la estación de policía, tuvimos que esperar por más de veinte minutos hasta que apareciera el hombre uniformado que nos escucharía.
- ¿En qué les puedo ayudar? – Preguntó con afán.
- Mire usted – Empezó a decir el joven – Lo que pasa es que estoy siendo víctima de amenazas por parte de unos pandilleros que quieren obligarme a que sea como ellos.
- Bueno, pero es que eso suele suceder en los barrios bajos. La verdad es que para la policía es difícil estar vigilando a cada persona para ver quién es amenazada o no. Sin embargo dígame, ¿Ha corrido usted algún riesgo que atente contra su vida?
“Pues ¿Qué riesgo no atenta contra la vida, idiota?” Pensé mientras el tipo esperaba una respuesta.
- A mí no, pero a mi hermana sí; esos desgraciados han intentado abusar de ella.
- ¿Tiene usted pruebas de ello?
- Pues la verdad no, señor, pero así fue.
- Entonces lo siento mucho pero no podemos hacer nada. Mire, la policía está para cosas más serias. Cuando realmente sea una emergencia vuelva.
Nos marchamos un poco resentidos. Desde ese momento supimos que estábamos solos en esto. Para la policía un crimen es ver un muerto en plena calle.
El día en que los pandilleros robaron la casa de Alex, ese día él entró a la pandilla. No hubo más remedio, tuvo que hacerlo. Ellos no se detendrían. Hoy era la casa y mañana podría ser su madre.”
En ese momento el individuo me miró con rostro áspero.
- ¿Qué hubiera hecho usted? – Me preguntó.
- Lo mismo, creo. ¿Cómo murió Alex?
“Una noche – Prosiguió – Me encontraba con el  muchacho sentado bajo un poste.  Ya no era el mismo joven juicioso de antes. Se había vuelto un consumidor más, según él, para olvidarse de sus desgracias. Su madre luchó bastante para que su hijo recapacitara pero él no se dejó ayudar. Al final se cansó y con profundo dolor se marchó con su hermana a Bogotá, o por lo menos eso dijeron los vecinos. Sin embargo, a pesar de que Alex se había convertido en un miserable, guardaba cierta decencia, cosa que era característica de él.
Allí, bajo la oscuridad y el silencio de la noche, yo le hablaba de lo injusta que era la vida. Él por su parte, me escuchaba con atención al mismo tiempo que fumaba su cacho de marihuana. Al terminar mi sermón, le di un abrazo para demostrarle cuánto lo apreciaba, me levanté, saqué el arma de la chaqueta y le apunté al pecho. Sus tristes ojos buscaron los míos mientras yo oprimía el gatillo que acabaría con su vida.
Lo que ocurrió fue que la pandilla a la que nadie sabía que yo pertenecía me dio orden de matarlo”.
Su historia había concluido. Por unos minutos ambos estuvimos callados hasta que finalmente él rompió el silencio.
- ¿Qué piensa de lo que le he contado?
- Hombre, creo que usted es un desgraciado. Y bueno, ahora ya sabrá usted por qué lo tengo secuestrado aquí, en su propia casa desde hace cuatro días ¿no?  Y ahora lo único que me queda es asesinarlo.
Me levanté del sillón, llevé mis manos hacia atrás para extraer el arma de mi pantalón y luego le apunté a mi interlocutor.
Me miró irónicamente.
- Ya se puede dar cuenta usted de cómo es todo esto. La injusticia y la violencia son como un veneno que se va regando lentamente por las venas de un individuo hasta matarlo. Sí, algo similar a la sociedad.
Cuando terminó de hablar, le di un disparo en la frente, dando gracias de que el silenciador del arma no permitiría que nadie se diera cuenta de lo sucedido. Tomé un cigarrillo y se lo puse en la boca, después le susurré:
- Es usted un excelente narrador, creo que se merece el cigarrillo. Tómelo como un regalo de los “Cañas”, la pandilla de Alex.
Guardé mi arma, abrí la puerta y me marché pensando en que todo aquello era una locura.

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